jueves, 7 de marzo de 2013

Bosquejos

Al escuchar esto, Li Er sintió que el barquero era un pensador profundo y buen conversador. Le preguntó:

- ¿Cuánto tiempo lleva operando este transbordador?
- Empecé a tu edad, después de que nuestra familia lo había hecho por generaciones. Yo soy la sexta generación.

El viejo estaba muy orgulloso de su trabajo y miró a Li Er con ojos brillantes.

- ¡Usted es un verdadero barquero de familia! -exclamó.

El viejo se rió y dijo:

- ¿Ves esas tumbas cubiertas de hierba en el embarcadero? Son tumbas de cinco generaciones de mi familia. La gente busca cosas distintas. Algunos ansían un alto puesto público, otros riqueza o fama. Algunos más anhelan destacar, pero mis ancestros se contentaban con tener lo suficiente para comer y vestir y pasaban toda su vida conduciendo transbordadores.

Ajustando la proa, el viejo continuó:

- No desprecies a un pequeño transbordador que cruza. Durante generaciones, gente de toda condición ha cruzado este río: funcionarios públicos, plebeyos, ricos y pobres, los afortunados y los desgraciados. Ha sido testigo de muchas situaciones de todo tipo. Entre más cosas veo empujando y yendo y viniendo, más valoro este pequeño barco.


La historia de Lao Tsé



Como llevaba trenza
la llamábamos trencita en la tarde del jueves.
Jugábamos a montarnos en ella y nos llevaba
a una extraña región de la que nunca volveríamos.
Porque es casi imposible abandonar
aquel olor a tierra de su cabello sucio,
sus ásperas rodillas todavía con polvo
y con sangre de la última caída
y, sobre todo,
la nacarada nuca donde se demoraban
unas gotas de luz cuando ya luz no había.
Allí me dejó un día de verano
y jamás regresó
a recoger mi insomne pensamiento
que desde entonces vaga por sus brazos
corrigiendo su ruta, terco y contradictorio,
lo mismo que una hormiga que no sabe salir
de la rama de un árbol en el que se ha perdido.

Ángel González



James Blake - A case of you